El vino que contengo es observado minuciosamente, porque estoy
exactamente a la altura de los ojos de todos, y en la mesa quedo
convertido en una llamarada de color, de vida, y pongo un punto
encendido de luminosidad en la mesa, capto toda la atención,
adorno la mesa más que una vela, soy como una flor
distinta, reparto en derredor los reflejos del vino que
me posee, y todos hablan de él, de la botella,
de la marca, de la bodega que lo hizo posible y yo,
tras ser el detalle de glamour de la mesa, paso a un
segundo plano.